Diálogos con la Luna

I.

Love song... otra noche con la luna. Y nos volvemos a quedar tú y yo, solos, vagando por el mundo ajeno a nosotros mismos. No sé quién eres, desearía saberlo tanto como nunca he deseado nada, en serio. Pero quizá sea mejor así, eso que llaman destino y que aún no sé acotar, será mejor dejarlo a su aire. ¿Nos habremos cruzado alguna vez por la calle? ¿Habremos mirado la misma nube sobre el cielo? ¿Estarás cerca? ¿Habrás pensado alguna vez en una alguien como yo? ¿Te habrá horrorizado la política? ¿Estudiarás lo mismo que yo? Son tantas las preguntas que trato de amontonarlas todas a la espera de un minuto de tu tiempo.

El mundo vuelve a derrumbarse aquí al lado, tan al lado que siento también derrumbarse mi interior, con mis palabras, con mis sueños, con mis repentinas ilusiones y tristezas, con mi entusiasmo para con las personas que me devuelven el saludo –¡Oh, viejo Spinoza, debería tenerte aún más presente!—, con mis aflicciones, o mis ratos de deseo intenso. Y ves un espejismo, te acercas sigilosamente a él, cauta, con todas las precauciones que la hostilidad mundana me produce, poquito a poquito, y acaba esfumándose por donde vino. Siempre igual. No conozco a muchos chicos, ni siquiera he podido mirar nunca a unos ojos masculinos que me atrajesen. Trato de conocer sus pensamientos, sus deseos, sus profundidades (las de algunos los cuales me merecen respeto, honestidad y que han de ser tenidos en cuenta)... pero siempre se me escapa de las manos, por irreal o por real en exceso.

No sé, sólo deseo verte, deseo que seas. Así, a secas. Que estés ahí, a la vuelta de la esquina, esperando, o con suerte también escribiéndome, o conociéndome. Lágrimas en los ojos, nuevamente. Lo siento, me prometí no hacerlo al menos en ésta. Lo siento doblemente. Te diré una vez más, para concluir –las lágrimas sólo me permiten entrever, y es tarde—, te diré que te necesito. Necesito saber de ti, aunque sea el destello de una estrella, la lluvia de mañana, uno de esos guiños que tanto se repiten últimamente en mi vida. Te necesito, y quiero abrazarte pronto. Házmelo saber. Estaré, ya sabes, sola, con una lágrima en el ojo, y escribiéndote. O tal vez lea a Joseph Roth, esta noche. Por aquello de ir cultivándose. O por ocultar la espera que pasa hasta ese día en que ambos podamos compartir una lectura, o una mirada. Te espero. Necesito abrazarte.

.9-5-06.




II.


Le ciel dans ma chambre... Y una noche más los sueños me van agujereando por dentro con la compasión de la querida Luna. Menguando como la luz en la calle al tiempo que sólo las agujas del Reloj impelen, así, así van desapareciendo poco a poco todas mis sonrisas. Una y otra. Más allá de la puerta con cerradura cromada. Suena la armónica, sí. Hoy la armónica también suena, a lo lejos, a lo lejos. A lo lejos alguien canta, que no soy yo porque yo qué sé quién soy. Ésta que dice escuchar una armónica lejana no canta, nunca lo ha hecho. Espera a que te acerques despacito, como un niño descalzo, para cantarte sólo a ti. O, al menos, para sentirte aquí. Cernuda, de siempre:


“En soledad. No se siente
El mundo, que un muro sella;
La lámpara abre su huella
Sobre el diván indolente.
Acogida está la frente
Al regazo del hastío.
¿Qué ausencia, qué desvarío
A la belleza hizo ajena?
Tu juventud nula, en pena
De un blanco papel vacío.”

Pues te amaré. Y basta ya. Aquí estoy yo con mi penumbra a cuestas atravesando medio universo. Y punto. Aquí está lo que no ha sucumbido ante la vida de parásitos que rodea el día. Espera, atenta, la mirada de la eternidad. Espera, espero, esperamos. Que los restos de la mediocridad extrema que se alternan por las esquinas de tu mundo, que es el mío también, se pudran en las ciénagas amarillentas. En sus oquedades nauseabundas. Que se pudran ellos con sus vaciedades. Y sus vacíos con la luz del sol. Porque, amigo mío, la noche es para nosotros, pobladores de un mundo sin rostro, sonámbulos en la noche desértica, inhóspita. Hace tiempo te lo dije. Y si recuerdo mal, será posible, te lo digo ahora. Casi una veintena de códigos se amontonan en mi puño, ni me importan los que se almacenen en el tuyo, de saber que en uno de ellos, todo morirá, y tú, y yo, de la muerte reiremos, al día escupiremos juntos, mientras nuestras ánimas se abrazan y huyen en busca del rayo de luz, en busca de ese infinito crepúsculo que nacerá con nuestros cuerpos abandonados. Que verá soñar dos viejos heridos, habitantes del magnetismo, bajo la sombra de un viejo libro de poesía. Nada me importarán los demás. Algunos quizá. Pero no esos otros. Te amaré, y ellos hendidos tras sus huellas un instante amadas, huirán de la eternidad, el pavor se apoderará de sus conciencias, al ver que ese olor de manos extasiadas una vez durmió, y allí durmieron ellos. Aquí estoy yo. Y punto. Qué los demás deseen la mañana me es igual, si yo tengo reservado mi amanecer para el final de la noche. Y basta ya. A lo lejos alguien canta. A lo lejos...

.20-5-06.






III.


Six o´clock in the morning... Y la Luna se escapa. No puedo verla. Pero sé que está ahí, aunque sólo sea escuchando mis desvaríos con aires de belle dame. Las seis de la mañana y yo despierta, sonambuleando sin parar. Nada cambia –ceteris paribus, amigo. Soñando despierta con desiertos en silencio y estrellas caídas del cielo. Sabes, desconocerte tiene sus ventajas. Ahora he aprendido a sacar ventajas hasta del lote de pipas que nunca aprendí a pelar, o de la quema de conventos del 34 (¿qué pensaríamos ahora del socialismo sin no hubieran existido Largo Caballero y sus secuaces? Habrían surgido otros peores, más sutiles, más persuasivos, como los de ahora). Perdona, ya se me va la pinza una vez más. Es fascinante no conocerte. No saber cuál es tu nombre, ni tu color de pelo, ni tu taza de desayuno, ni tu comida favorita, ni tu manía inconfesable, ni tu temor existencial, ni tu rostro, ni tu ronquido, ni tu estornudo. Porque todo eso, voy aprendiendo, lo rechazaría a priori. No me importan más que cuatro cosas de las personas. Sus palabras, sus gestos, sus silencios y sus pensamientos. Palabras, gestos y silencios son, todas, extremidades del pensamiento. Las ideas. Las inquietudes. Los sueños. Los odios. Los recuerdos. Lo bello y lo cruel. Las lágrimas y las sonrisas: nada más. Todo lo que pase por tu cabeza y en ella se quede a dormir, se caduque, o simplemente se vaya por donde ha venido. Voy aprendiendo. Voy aprendiéndote, aunque sin ti.

No me gusta el idealismo. No quiero imaginarte. Sería en cualquier caso un suicidio voluntario. Sería un acto de desesperación-sin-cabeza. Absurdo, obviamente. Trato de imaginar cómo puedes ser, pero enseguida lucho contra esa imagen surgida del deseo para emborronarte de nebulosa y dejarte vivir a tu aire. En tu aire. Quién sabe lo que nos deparará el futuro. Quién sabe si habrá futuro deparador. Quién sabe si mis recuerdos seguirán en la mente, o cada vez irán menguando con el amanecer endiablado. La silla está libre. Pasa y siéntate, toda tuya. Disculpa si la música se te hace extraña, pero deberás acostumbrarte. No puedo vivir sin ellos, sin esos mismos individuos que llevo sintiendo desde los tres años. Cuando al señorito le plazca un café, y una noche de pensamientos gratuitos, ya sabe. Ring-ring. Disponible las noches, incluidas. Total, a las seis de la mañana la desazón calorífica me desespera y no tengo otra cosa mejor que hacer que ponerme a escribirte. Ya ves. ¿Para qué sino está hecha la noche? Qué iba yo a hacer sin ti...


.28-5-06.






IV.


If tomorrow never comes... Y ya no sé a quién demonios escribo. Estoy perdida, pero, ¡siempre lo he estado! Me siento fatal, hoy, aturdida, acalorada, descentrada, obnubilada, ensimismada... No sé por qué te necesito, ni siquiera sé por qué necesito seguir siendo yo misma. ¿Acaso quiero algo de mí? No, me doy absolutamente igual. No así tú, que no sabiendo encauzarte, ni darte forma ni darte vida, sé que en algún lado has de estar, quizá escribiendo esto mismo. Y sólo por esa remota posibilidad, sigo aquí/ahora. Sólo por eso, has de tenerlo claro.

¡Dios! ¿Sabes lo que significa no poder imaginar tu sonrisa? ¿Sabes lo que difícil que es amanecer sin poder hablarte ni verte? ¿Sabes lo difícil que es pensar en cualquier momento que puedes necesitar ayuda de alguien o que querrías ser escuchado, y sentirme impotente en esta dichosa silla giratoria? Yo querría servirte de ayuda, siempre. Reunir todas mis escasas fuerzas y poder enviártelas a donde fuera, poder ir guardando los gramos de alegría que me sobren, o las lágrimas que derrame, en un sobrecito con matasellos, y girarlo a tu dirección. Sin más. Hacerte una estantería con diferentes baldas, con diferentes cajoncitos, e ir guardando todo lo que no tuviera cabida en mí, por desuso o exceso, para regalártelo en cualquier momento.

Pero, ¿y si el mañana no llega? ¿Y si de pronto no despierto? ¿Y si no puedo verte nunca? ¡Oh!... ¿Y si no puedo abrazarte nunca? Todo habría sido inútil, todo cuanto pude respirar, todo cuanto pude vivir se habría desplomado en el aire de mi propia ilusión. Odio la esperanza, lo sé. Y precisamente la odio porque tengo mucha. Supersticiones absurdas, nunca sirven más que para engañar. Y lo que es peor, engañarnos a nosotros mismos. Esperanza, miedo, supersticiones...

¿Sabes? Hace unas semanas leí un libro fascinante. Me encantaría mandártelo de regalo por tu cumpleaños (¡hasta querría celebrar tu cumpleaños como excusa, sabiendo el asco que todo esos tipos de rituales me producen!). No puedo. Bueno, no quiero. La impotencia me puede. Así que sólo consigo citarte unas palabras aquí, por si acaso: “De qué me sirve retomar este diario, si no me atrevo a ser sincero y si disimulo lo que secretamente ocupa mi corazón”.

¿Y de qué sirve seguir engañándonos tras la tejedora de tiempo? ¿Para qué toda esa tela de araña en la que perderse? ¿Para qué nosotros mismos, si no hay nadie más detrás? Me refugiaré en mi sombra, aunque sólo sea para soportar otra semana de luz. Me refugiaré. Mejor eso, que esperarte. ¿Qué necesitar? ¡Dímelo ya! Estaré aquí, ya sabes, como siempre... Hasta mañana. If tomorrow never comes...

.12-6-06.





V.

One love... Tengo ganas de hablarte. Tengo ganas de conversar apaciblemente contigo. De sentarnos y hablar. Y hablar, y hablar y hablar. De tonterías: no sé hablar de otra cosa sin descolgarme bajo un gesto serio. Sé reír de tonterías, sé contar tonterías, aunque contar nunca fue lo mío. Pese a no gustarme las palabras, contigo utilizaría palabras. Y claro, también tengo ganas de escuchar música contigo. La que te apetezca donde te plazca. Añoro aquellos momentos de deleite en los que yo sola desparramada por mi habitación ponía en desorden toda la música que poseo. Discos viejos en su mayoría, viejos porque yo era vieja cuando los escuchaba. Y parece que fue ayer: impíos álbumes de adolescencia, de chicos y chicas con voces en su mayoría desafinadas pero que movían el culo, y eso es al fin y al cabo lo que importa en esta mierda de vida: contonear el pandero muy lindamente. Yo quería cantar, pero nunca canté. Sólo mi familia de peluches, los pósters, y las paredes que se asoman por debajo son testigos de mis pataleos y mis brazadas a lo Spears. ¡Qué fatalidad! Menos mal que aquella idea se me borró de mi cabeza en cuanto las caderas comenzaron a ensancharse y mis problemas se trasladaron a la ropa que poner cada día, a las depilaciones y a la estela de procedimientos meticulosos que me cayó encima sin quererlo ni beberlo en aquella época. Pero era feliz, menos que hoy, pero, aun así, siempre he sido algo feliz. Hoy sería feliz sentándote en el suelo de mi habitación sin alfombra y sacando discos y discos caducos. Como yo. Como tú, seguramente. Todos estamos caducos de alguna forma.

Tengo calor. Hoy hace mucho calor, y lo peor de todo: la gente está pegada a sus televisores contemplando cuatro piernas moverse en torno a un objeto esférico. Juega España y hoy es todo el mundo español: veremos lo que pasará mañana. Los mensajes de fútbol atiborran hasta el teléfono móvil: acaba de llegarme uno para hacerme rica a base de mensajitos y acertijos. Y descubro que, efectivamente, no quiero ser rica. Porque lo he borrado deliberadamente. Sólo quiero hablar contigo. Y verte. O no verte, pero saberte allí. Qué narices. Daría lo que fuera –ya lo sabes, por otro lado- por localizarte. Localizarte no en un mapa ni en un tiempo sino sentirte. ¿Sería una buena idea inventar un localizador de sentimientos?

Hablar y hablar. Hay decenas de libros que has de revisar junto a mí. Aunque no lo creas, tenemos mucho trabajo pendiente. No quiero asustarte, excusa malograda porque a la que estoy asustando con los planes es a mí misma ya que la planificación rigurosa me da alergia: picores insaciables que se apoderan de mi garganta, luego de los párpados, luego de la nariz, de las orejas y acabo sumiéndome en un profundo sueño de cansancio y ardor (diagnóstico: “voraginetitis”). Ves, ya digo tonterías. Y tú sin estar conmigo para escucharlas y refutarlas con más tonterías. Libros que leer, poemas que recitarnos en voz alta, risas pendientes, lágrimas más pendientes aún –y éstas además, pesadas, muy pesadas-, discos, canciones, pudores, miedos, simplezas, ignorancias, pósters, y vale, si te pones pesado, hasta te haré una demostración de que aquello de la Spears quedó en brazadas patosas.

One love... El de siempre. El de toda mi caducidad a cuestas. Toda yo en un amor. Parece simple. Una canción que escuchar contigo. Una voz que dibujo para escucharte. Y cuántas veces desordenadas mis estanterías. Cuántos trapos han pasado por ellas. Por mis manos también. Y cuánto deseo poder pasar las tuyas también por las mías, pero esto es absurdo. Ojala escucháramos música juntos, y ojala pudiéramos hablar de tonterías. Tengo un one love, qué más pedir... ¿Sentirte?


.23-6-06.

M.


2 comentarios:

Joyce dijo...

Es... un... texto... precioso...

Una maravilla.

Ninguno dijo...

...Gracias...