Saberme inútil sin ti. Sé que puedo resistir, como resiste una cometa al viento. Volando simplemente. Pero te necesito en algún sitio, no me importa si estás lejos o cerca, simplemente necesito saber de ti. Y poder escribirte. No me importa quién demonios seas, ni siquiera te inventaré nombres o te los trastocaré. No te cambiaré el color del pelo. Me da absolutamente igual. Con una mano para acariciar, dos ojos a los que mirar y una oreja a la que susurrar o recitar me conformaría. Claro que si a eso le añades un algo cerebral y unos tremendos deseos de sentir, se me hace irresistible seguir aquí quieta, escribiéndote. He de admirarte, si no te admiro, será efímero. Puedes cambiar, admito que todos cambiamos, y que muy probablemente el día de mañana pueda interesarme la física molecular, pero sé que estando donde esté me sentiré querida y, o al menos, respetada y admirada. Nada hay sin admiración. Ligera incomprensión, ni siquiera nosotros podemos comprendernos muchas veces a nosotros mismos, pero lo intentamos. Has de intentar comprenderme, como yo a ti. Has de respetarme, silenciarte si tu prefieres, como yo a ti lo haría igual. Nada más. Con poco me conformo. Pero es un poco que toma forma de un mundo entero dentro de este vomitivo mundo de lo superficial. Aprender quiero. Aprenderte y comprenderte. Como sea. Esto te pido. Guárdame el tiempo, guárdamelo, por favor. Esperaré a la sombra de una pestaña...
Muero por un abrazo. Muero. Desearía poder abrazar ahora. Abrazar. Pero me siento incapaz de abrazar un cojín y apretarlo contra mí. No puedo abrazar el tronco de una encina o de un sauce. No. Además, no quiero. Necesito abrazar un sentimiento, un cuerpo en el que hallar cabeza, boca, ojos y labios. No podría abrazar el caparazón de nada, aunque quisiera. Abrazar es apreciar, y para ello, nadie que no sepa mirar y que con la mirada me hipnotice merece al menos una palmadita mía. No quiero abrazar al viento, ni tan siquiera dejarme abrazar por el entremés de la lluvia. No. Sólo puedo abrazar. Y abrazar bien. Una voz que no hable. Una voz que susurre o simplemente silencie. Quiero abrazar pestañas, rizarlas con las yemas de los dedos, para cansarme de mirar en ese escondrijo maldito del que no salir. Pero, ¿cómo me puedo cansar de jugar con los ojos? De eso no se cansa nadie. Bueno, al menos no creo que yo lo haga. Nunca he mirado a los ojos a nadie, llevo casi veinte años de descanso. No me cansaría. Quiero abrazar orejas, y cruzar con ellas palabras sin decir nada. Quiero silbar. Quiero que me oigan silbar, y gritar. Gritar, ¿el qué? Versos. Besos. Como me decían. Quiero alzar la voz para recitar libros, gritar líneas enteras de literatura perdida en las estanterías de medio mundo, sino entero. Y abrazarlo. La melodía de un abrazo. Abrazarla a su vez. El conformismo de pasar horas enteras así. Y descansar. Y huir de la muchedumbre vana, porque cada día estoy más segura de que ahí fuera sólo hay nadería. Nadería, expiración de aire y nada más. Quiero huir abrazada.
Estigmas. Sólo heridas olvidadas. Que se van cerrando, atrapando en su interior tiempo y oro. Tiempo es oro. Tiempo perdido. Noche limpia de abril. Estrellas batiéndose en luces infinitas. Instantáneas. ¡Cuánto quisiera poder dibujar mi historia! O escribirla, quizá. Para regalártela. Aunque, ¿para regalo ya estoy yo? ¿O no? No, qué me digo. Sólo trato de dibujarte a ti, y guardar la goma necesaria para borrarte. Porque no eres ningún boceto, lucharemos contra eso. Sé que no es un juego, y por eso trato de llevar el lapicero con cuidado, sin tachaduras, sin logaritmos, sin garabatos. Pese a mi deseo. Te haría a mi escala. Te pondría miles de colgantes, y te adornaría como se adornan los árboles en navidad. Pero, así, simplemente serías chatarra para que un día me cansase y te tirase a la basura. Sí, así somos de crueles. Es preciso ratificarlo. No somos buenos, somos malos. Yo no puedo dominarte, ni siquiera tengo fuerzas para encontrarte, pero al menos, podré pensarte y lanzar mi cabeza para ocultarme de la luz actual que todo lo fulmina. Te quiero donde estés. Hace mucho tiempo te lo dije. No dibujaré más. Hasta este punto. ¿Para qué si no sé amar? Si no he amado nunca...
M.
Valladolid, un 23 de abril...
trescientos noventa años después del hallazgo de una razón para escribir
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