El gato de Ossip



Me dices que esta mañana te has despertado extrañado porque yo no estaba contigo, en tu habitación desordenada, llena de servilletas desgajadas por una rosa y con un sillón negro que te regaló tu madre sobre el que reposa un albornoz siempre vacío. No sé qué quieres que te diga, hoy no me apetece hablar. Estoy cansada, agotada por el invierno que ha dejado huella en la suela de mi zapato con gotitas de arena, ¿o era el parque?, ¿o era el gato?

La mañana se deshace en un cálido reflejo, porque en este nido de antenas y edificios ni siquiera puedo ver el cielo, sólo espejos. Podría coger el coche e ir a verte, pero a ti te gustaría más verme escribiéndote una carta con pluma y tintero, llorando tu amarga huida a la guerra (como si fueses capaz de luchar por algo) o a alguna otra ciudad en busca de una miga de pan, escribirte versos mientras afuera llueve y decirte que cuando te tuviera conmigo te los susurraría al oído. Tal vez, mira, para qué te voy a engañar. Las sábanas no son de marca, ni falta que hace. El café sabe a pollo. Y no es la revolución lo que persigues, sino la tarjeta de crédito.

Tu nombre lo he olvidado porque se ha perdido entre mi colección de recuerdos. Quizá este envuelto por una ciudad bella, cuyas calles recorrimos de la mano cuando una estrella anidaba en nuestra cama, quizá por un rostro anónimo, y con suerte aún tenga pegado uno de esos pocos besos blancos que me dejaste al amanecer. Sí, extrañado. Otros días te fuiste cuando yo aún dormía. Qué paseo anoche con tu ausencia a mi lado. Pero la realidad a veces da mil vueltas. Y yo sola no puedo desenredar este nudo.



M.

1 comentario:

o s a k a dijo...

me encanta cómo escribes, de verdad

un fuerte abrazo,

n a c o