Renacer

Aplacado el odio, aterida aún la sonrisa, nada es igual si tú no estás en mi vida.

Los pájaros se arremolinan por la mañana, a la espera de una luz que se alce en el cielo sobre todas las cosas. Los graznidos del tiempo se apelmazan sobre el pomo de la puerta de entrada, y gotean.

Siento el frío de la ausencia. Siento la fealdad de la hoguera en la que prendí tus secretos. Y cómo solamente permanecen cenizas, mudas, olvidadas, muertas, de todo lo que llegué a quemar. Siento frío cada noche al regresar a la cabaña que me regalaste, y comprobar cómo, inútil, no puedo soñar yo sola. Frío en la mirada, gélido el aliento que sale adelante, a la exploración continua de las calles. Y siento la ceguera con que la sombra, con sus obscuros tramos de soledad, me abstrajo un día. A modo de obsequio: la luminatoria que me permite recorrer ásperas e inapropiadas sendas: el sueño.

Quiero regalar noches ávidas de universo. Y voltear los hueros resaltos de la carretera por pozas inundadas de felicidad. ¿Es posible conducir hasta ellas? ¿Dónde fui a buscar, dónde he de buscar... he de buscar?

Te busco entre las nubes
Te busco entre las rocas
Te busco
Te busco, te aguardo
Te busco en la fina cavidad de una burbuja
Te busco en la ingravidez de una canción
Te busco en la tersura del cielo blanquecino
Te busco en la honda reflexión del café
Te busco en la unanimidad del sol
Te busco en el ramaje de una ribera
Te busco en el arenal de arcachon
Te busco en el remanso de tiempo fugaz
Te busco, afloro
bajo un manto de piel otoñal.
Te busco,
y no te hallo.

Nada merece tu atención. Nada merece tu desprecio. Nada puede detener la diáspora de mis sentidos hacia la renovada laxitud de otra vida que comienza. Nada es por sí mismo mucho más agraciado que tú: nada me quiso, nada me amó, nada nació en mis labios, nada acarició mi mano, nada trepó hasta mis ideas, nada escuchó mis letras, nada calmó mis almas, nada las robó. Y ahora suya soy. Nada. Tú, nadie ya...

Y la rosa marchita.





Foto: Roberto Serra

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